Por “Turista”
Desde una habitación solitaria en el centro de Bangkok, me acordé de una anécdota, si fuera escritor, diría una “historia”, pero soy un simple turista.
Cuando era muy chico, con mi familia no éramos de esos que se iban a Punta o a Disney, nos pasábamos unos buenos 15 días (siempre eran dos semanas, lo cual me parecía muy poco, eso que nos hacía también a todos, pasar tan rápido) en destinos menos trendy como Playa Serena en Mar del Plata, luego en Marindia, una playita muy chiquita y linda a 1 hora de Montevideo o en San Bernardo, partido de la Costa. Todos estos lugares fueron muy especiales y me dejaron enseñanzas muy profundas que en cierta forma, me construyeron hasta el día de hoy.
Cada vez que estábamos pasando esos días, mi papá se entusiasmaba tanto con nuestro entusiasmo que buscaba terrenos, veía oportunidades, me las comentaba y soñábamos con extender lo que eran unas simples vacaciones a nuevo estilo de vida mas duradero. A mí eso me volvía loco, porque solo imaginarme viviendo en un lugar así, solo por vivir, me haría la persona más feliz del mundo, porque durante esas dos semanas así me sentí. Pero llegó el momento de volver y eso nunca pasó. Volvíamos a San Antonio de Padua, conurbano Bonaerense, a seguir con nuestras rutinas, con nuestras vidas y esos cambios de rumbo no sucedían.
Ya de más grande, me tocó salir al mundo y ser yo ese que en cada viaje observa las mismas tierras y las mismas oportunidades que mi papá, pero en otros tiempos y en otros lugares, pero tal vez con la experiencia de por qué tal vez mi papá no pudo dar ese paso.
Cuando fui por primera vez a Indonesia, comencé un largo viaje a Mentawaii y siempre sentí que en esas islas pasé más tiempo del que debía, la vida en la isla, con tantas carencias, con tanto bote para ir a la ola y con tantos hombres hablando solo de surf, creo que es para algunos pocos días, si te mueve algo más allá de la cultura, instalarte largo tiempo en una isla en el medio de la nada puede ser muy radical, especialmente si se terminan todos los libros. Mi segunda parada fue Bali, me acuerdo como si fuera hoy, estaba en el taxi que nos fue a buscar al aeropuerto, mirando por la ventana del auto, no es que miraba cosas hermosas, observaba que había algo que todavía no sabía muy bien qué era, pero que me atraía mucho. Al llegar a la villa donde nos teníamos que hospedar, me junté con Pepe, mi gran amigo, que veníamos viajando juntos y le dije que sentía que tenía que seguir de viaje solo, necesitaba estar más conmigo mismo para entender qué era eso que realmente me atraía y me estaba pasando.
Desde esos primeros días hasta hoy, que ya han pasado 7 años, dar vueltas con la moto por los caminos más recónditos de la isla, descubriendo sensaciones nuevas, buscando tierras o sintiendo oportunidades, se ha convertido en una constante, no solo por la visión de hacer negocios, sino por tratar de trascender esa sensación de niño que me quedo pendiente y a la vez por la necesidad de querer ser parte de eso que siento que me hace bien y ya de adulto soy yo el responsable de que ese cambio pase o suceda.
En Bali, hay dos formas de encontrar tierra, o vas al mercado de Real Estate, como hacen los inversores rusos, europeos o australianos, o si quieres saltar al intermediario, que seguramente también es europeo, ruso o australiano y encontrar una tierra al valor real, vas con la motito por todos los rincones de la isla y tratas de contactar a las familias que son dueñas de las tierras. Estas familias son campesinos que, por lo general, no hablan ni inglés ni castellano, tratas de que se sientan seguros con tu presencia para, recién ahí, entablar una relación como se pueda, luego ves si están interesados en vender alguna fracción de su tierra y si venden entras en una negociación que es para otro capítulo. porque son las experiencias más enriquecedoras que me ha tocado vivir.
Tratando de encontrar una oportunidad por mi falta de fondos, había una tierra en la cual pasaba y sentía algo, sentir para mí siempre fue importante, gracias a hacerle caso a ese sentir para tomar decisiones pude posicionarme en lugares que al día de hoy, 3, 4 o 5 años después no hubiera podido.
En una de esas vueltas, descubrí una loma verde rodeada de hermosos árboles, la luz del fin de tarde se reflejaba justo sobre la parte plana del terreno, esa zona me volvía loco, me gustó hasta para ir de pase solo, nunca había nadie, el camino todavía no estaba trazando, el turismo todavía no había llegado y estaba a 10 minutos de las mejores olas de Bali, sin ruido, ni gente.
Todo esto era perfecto, salvo por un detalle: Al costado de esa loma donde se ponía el sol, estaban las casas de los campesinos, al costado de las casas, había un espacio repleto de bonsáis, al otro lado una huerta muy grande y adentro de la huerta, un pelado con una terrible cara de malo con un collar de diente de tigre gigante, que cada vez que pasaba, no dejaba de mirarme con cara de “esta todo mal”, yo por las dudas, lo saludaba, pero él no me saludaba y tampoco dejaba de mirarme. Por todo esto, tenía sensaciones contrapuestas, había algo que me hacía seguir yendo a esa tierra, pero por otro lado, no me quería cruzar más con el pelado.
Hasta que un día, llegando a la loma, desde lejos escuché música, no era la típica ceremonia balinesa, sonaba bastante mal y desde la distancia no lograba darme cuenta qué era, cuando logré acercarme un poco más, me di cuenta que venía de la huerta del pelado, una distorsión a todo volumen, un seudo punk rock pero en un lenguaje muy raro. Al principio y por impulso, me detuve, si bien escuchaba de dónde venía la música, no podía ver en qué contexto sucedía, me ganó la intriga y me dirigí directo hacia la huerta, con precaución y decisión.
Lo que me encontré fue una escena terriblemente bella y era la siguiente: dos parlantes con trípode, de calidad regular, de esos que alquilas para un cumpleaños donde todo el presupuesto lo pone en el chupi, anexo un amplificador de Karaoke, conectado a este sistema un Balinés de unos 30 años, que nunca había visto, en cuero un poco sudado, aparentemente muy borracho, cantándole a las plantas unos temas de punk en balines, cerca de este había otro que cantaba, pero en el piso, a la sombra de un árbol, a su alrededor varias botellas de cerveza y algunas de Arak (bebida local con alcohol fabricada por los locales en Bali, la resaca más larga de mi vida la tuve con eso). Pero así, a simple vista, vi a ellos dos solos, no estaba al pelado y sus aparentes amigos me invitaron a tomar Arak (no sé por qué, cada vez que me invitan, que por suerte no son tantas, digo que sí) y acepté, ingrese a la huerta y de repente vi venir a otro más, con un pelo extremadamente extraño y gestos muy delicados, cariñosos un tanto afeminados, tenía una sonrisa de esas que tenían los tíos de mis compañeras de escuela cuando se ponían bien en pedo en sus cumpleaños de 15 y justo cuando me iba a saludar, me di cuenta de que ese personaje tenía el collar de dientes de tigre y que era el Pelado con terrible peluca, parecía que se la había robado a mi abuela Carmen.
Por suerte, desde hace unos años, siempre trato de tener conmigo una cámara cerca. Tenía una en mi moto, así que fui a buscarla y les dije: “Están hermosos, ¿les puedo sacar una foto?”, creo que ni entendieron lo que les dije, los ayude a posar juntos bajo un arbol y saque la ultima foto que le quedaba a esa cámara.
Me quedé con ellos tomando un poco de cerveza caliente y Arak y después de esa hermosa jornada juntos, hasta el día de hoy, el pelado y sus amigos me saludan como un bro mas.
Con amor, para el blog de AFT
Turista.